...o cómo cagarla en equipo.

lunes, 29 de octubre de 2012

El hombre que quiso probarlo todo


William Buckland fue uno de los mayores estudiosos del siglo XIX en materia de geología y paleontología, además de tener amplios conocimientos en química, zoología, mineralogía e historia natural. Su afán de experimentar con todo lo que estudiaba le llevó a lo que hoy por hoy debe su fama, que no es otra que la de haber probado absolutamente todos los animales y plantas que caían en sus manos.

Su casa la convirtió en una especie de barca de Noé donde se podían encontrar todo tipo de animales, vivos o muertos, y plantas de todas las clases. Como primer catedrático de Zoología de la Universidad de Oxford no tuvo ningún problema en llegar a un trato con el zoológico de Londres. Este consistía en que, animal que muriese,animal que inmediatamente tendría que ser trasladado a su casa, para posterior investigación, análisis o plato de cena. Siempre con trasfondo científico, eso si. Nunca por gula.

Preguntado por el animal más desagradable que había probado dijo que, sin duda, los moscardones y el topo. Asado de topo y moscardones guisados eran los platos mas asquerosos que había comido en su curiosa carrera como comedor de animales. Por contra, la rata era el animal que más aparecía en su menú. Falta saber si era por la calidad de la misma o por la dificultad que tenía en sacar resultados científicos, si es que sacaba alguno...

Pero no todo fueron animales. En una ocasión, estando en casa del arzobispo de York, éste le enseño una caja que había comprado en tiempos de la Revolución, dónde dentro se encontraba algo de gran valor. Ni más ni menos que el corazón del rey Luis XIV. Craso error. Cuando lo vio el eminente geólogo se lo zampó sin mediar palabra.

Desconozco si su estrafalaria afición le ayudó en sus investigaciones, pero al menos, si le sirvió para esclarecer un suceso extraño en una iglesia italiana... el suceso trataba sobre una mancha roja que cada mañana aparecía debajo del santo del lugar, hecho que tenía desconcertados a la gente, pues se rumoreaba que pertenecía al mismo santo, ya que, según la leyenda, fue martirizado. Pero el misterio se resolvió pronto, sólo con agacharse y pasar la lengua por el líquido Buckland sentenció: "No es sangre. Es orina de murciélago".





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