...o cómo cagarla en equipo.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Recuerdos: A este lado de la carretera


Esa luz me llama…
No voy a su encuentro, es ella la que viene a por mi. Es la muerte rencarnada en un coche. El diablo sobre ruedas. ¿Cómo he podido quedarme dormido tumbado en mitad de la carretera? Recuerdo sentarme a mirar las estrellas, pero dormirme… ¿Cómo?
Demasiadas cervezas, responde mi cabeza.
Más rápido de lo que puede parecer por mi estado y por todo lo que pasó por mi cabeza en un instante, me aparté de la carretera.

Ignoro que pensaría el conductor al ver mi silueta echándose a un lado. No sé si se imaginaria que era una persona, un ciervo o un alíen. Si alguna vez veis a Iker Jiménez hablando de un conductor que vio a un extraterrestre en una carretera de un pueblo de Valencia, era yo.
Lo cierto es que habría tenido gracia morir atropellado allí. Era la carretera que llevaba al cementerio.

Con la mona semidormida, me puse de camino hacia casa de unos familiares que me habían acogido esa semana de verano. Faltando un par o tres de calles para llegar, mi mano buscaba a tientas las llaves en el bolsillo. Solo estaba su ausencia.
Mierda. No las había perdido en mi siesta de carretera, las debía tener mi primo o mi hermana, que no sé que es peor.
El pueblo no destacaba por sus grandes dimensiones, pero no tenía ni idea de donde podían estar y pocas ganas tenía de encontrarlos con sus bocas llenas de preguntas que hacerme.

Lo cierto es que la carretera al cementerio no fue el único sitio que visité esa noche. No se a ciencia cierta cuantos viajes hice, pero tantos como cervezas bebí, y no fueron pocas.
Por cada botella que empezaba, me iba de paseo. Caminaba por la montaña, perdido entre mis pensamientos y las estrellas. Algo fascinante…
Pero no lo fue tanto, de fascinante, que me encontraran en una calle, llorando, sentado en una acera llena de recuerdos… Y así una y otra vez, tantos viajes como di.

Por eso, para evitar sus preguntas, prefería pasarme lo poco que quedaba de noche en la calle. Pero mis pies, inevitablemente, me llevaron a la casa de esos familiares.
No se quien era el dueño de aquella silueta que vi a lo lejos, en la calle de la casa, abriendo la puerta de esta, mientras yo llegaba. Luego, desapareció.
En la cama estaba ya, demasiado consciente de mi vida, cuando los recuerdos golpearon mi mente con una fuerza tremenda, tan característica de las post-borracheras.

No debería haberme levantado de la carretera al cementerio, pensé. 

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