Esa luz me llama…
No voy a su encuentro, es ella la que viene a por mi. Es la
muerte rencarnada en un coche. El diablo sobre ruedas. ¿Cómo he podido quedarme dormido tumbado en mitad de la
carretera? Recuerdo sentarme a mirar las estrellas, pero dormirme… ¿Cómo?
Demasiadas cervezas, responde mi cabeza.
Más rápido de lo que puede parecer por mi estado y por todo
lo que pasó por mi cabeza en un instante, me aparté de la carretera.
Ignoro que pensaría el conductor al ver mi silueta echándose
a un lado. No sé si se imaginaria que era una persona, un ciervo o un alíen. Si
alguna vez veis a Iker Jiménez hablando de un conductor que vio a un
extraterrestre en una carretera de un pueblo de Valencia, era yo.
Lo cierto es que habría tenido gracia morir atropellado allí.
Era la carretera que llevaba al cementerio.
Con la mona semidormida, me puse de camino hacia casa de
unos familiares que me habían acogido esa semana de verano. Faltando un par o tres
de calles para llegar, mi mano buscaba a tientas las llaves en el bolsillo.
Solo estaba su ausencia.
Mierda. No las había perdido en mi siesta de carretera, las debía
tener mi primo o mi hermana, que no sé que es peor.
El pueblo no destacaba por sus grandes dimensiones, pero no tenía
ni idea de donde podían estar y pocas ganas tenía de encontrarlos con sus bocas
llenas de preguntas que hacerme.
Lo cierto es que la carretera al cementerio no fue el único sitio
que visité esa noche. No se a ciencia cierta cuantos viajes hice, pero tantos
como cervezas bebí, y no fueron pocas.
Por cada botella que empezaba, me iba de paseo. Caminaba por
la montaña, perdido entre mis pensamientos y las estrellas. Algo fascinante…
Pero no lo fue tanto, de fascinante, que me encontraran en
una calle, llorando, sentado en una acera llena de recuerdos… Y así una y otra
vez, tantos viajes como di.
Por eso, para evitar sus preguntas, prefería pasarme lo poco
que quedaba de noche en la calle. Pero mis pies, inevitablemente, me llevaron a
la casa de esos familiares.
No se quien era el dueño de aquella silueta que vi a lo
lejos, en la calle de la casa, abriendo la puerta de esta, mientras yo llegaba.
Luego, desapareció.
En la cama estaba ya, demasiado consciente de mi vida,
cuando los recuerdos golpearon mi mente con una fuerza tremenda, tan característica
de las post-borracheras.
No debería haberme levantado de la carretera al cementerio,
pensé.
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