...o cómo cagarla en equipo.

lunes, 3 de diciembre de 2012

El motorista del casco marrón

Maida se preparaba para asistir como cada mañana al colegio. Ya vestida y arreglada se disponía a irse cuando su madre desde la cocina le advertía que fuera con cuidado. Ese aviso formaba parte de la rutina. Escuchada la advertencia, se puso en marcha.

A mitad de camino, Maida alzaba la vista de sus pequeños zapatos al llegarle el ruido de un motor que se acercaba cada vez más. Era el motorista. Su habitual compañero de viaje durante unos segundos, desde que se hacía visible a lo lejos, hasta que pasaba por su lado y finalmente cuando se perdía de la visión de la niña. Era el único con el que se topaba de camino al colegio.  Así pasaba todas las mañanas desde que empezó el nuevo curso escolar. Le contentaba coincidir con aquel extraño motorista, que llevaba siempre el casco marrón, como ella su uniforme. Era como una distracción que tenía cada vez que iba a clase. Aparte de detenerse en el río, apenas unos metros mas alejado de la carretera, para mojarse el pelo.

Con el paso de las semanas, el motorista, también acostumbrado a ver a esa niña cada día en el mismo lugar, levantaba el brazo en señal de saludo, a lo que la niña respondía de la misma manera con una sonrisa.
Así era su camino todas las mañanas. Para añadir un poco de emoción llegó a marcar en tierra una señal para indicar el sitio exacto dónde solía cruzarse con el desconocido, yendo más lenta si se iba acercando y aún no llegaba la moto o corriendo en caso de que apareciera y ella aun estuviera lejos. Cuando el motorista no le saludaba lo sustituía por el lanzamiento de un caramelo amarillo, la niña lo asoció a su pelo, que era rubio, así no sólo tenían en común  que pasaban allí en el mismo momento y que él tenía el casco marrón así como ella su uniforme, sino que también el color amarillo, ella con su pelo y él con los caramelos de lima que le tiraba.

Un día se entretuvo más de la cuenta al vestirse, así que ese día se quedó sin coincidir con el motorista de camino a la escuela. Se detuvo por si acaso en la señal que había hecho en el suelo, a lo mejor también se había retrasado, pero enseguida se fue temiendo llegar aun mas tarde de lo que llegaría a clase. Pero apenas unos metros más adelante, dónde se encontraba el río donde ella siempre se mojaba el pelo antes de entrar, vio a un hombre tendido. Se acercó para ver que ocurría. Tendido en el suelo vio a un hombre, ese hombre llevaba un casco, un casco manchado de sangre, que apenas dejaba ver su color. La niña se acercó más, vio una moto, era él.

Lo último que vio antes de correr hacia su casa fue el caramelo amarillo, que había caído encima de una roca pequeña en medio del riachuelo.

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